A Antonio Biedma Campos,
Y en sus últimos días en este mundo, mi padre me dio también una gran alegría, porque le gustó mi Interpretación de Andalucía. Nuestro
renacimiento, que seguramente había dejado de leer cuando se publicó en su
momento, a fines del siglo pasado, bien por falta de tiempo o creyéndola demasiado
filosófica. Su juicio favorable a mi Interpretación
era sincero. Mi padre no era dado a la lisonja empalagosa ni al halago arbitrario.
Una vez me sorprendió recitando en una sobremesa una fábula que seguramente había aprendido en la adolescencia, que es cuando Memoria, madre de las Musas, llena sus botes de conserva con la miel que no caduca nunca y sus laberintos y cavernas con fantasmas útiles. Con el tiempo descubrí que se trataba de la fábula de “Los caracoles” de Juan Eugenio Hartzenbusch, que lleva el número LIV en la edición de Clásicos Castellanos:
Dos caracoles un día
tuvieron fuerte quimera
sobre quien mayor carrera
en menos tiempo daría.
Una rana les decía:
- Yo he llegado a sospechar
que sois ambos a la par
algo duros de mover;
antes de echar a correr,
mirad si podéis andar.
Hay acreditados críticos como Sainz de Robles y Ricardo Navas que
consideran a Hartzenbusch el primero de los fabulistas españoles por su
originalidad, su maestría versificadora, la habilidad con que narra y
caracteriza a sus personajes, la viveza y dramatismo de sus diálogos, el
cuidado del detalle, su humorismo y colorido costumbrista y, en fin, su dominio
del idioma. Hartzenbusch, a pesar de su apellido impronunciable, nació y murió en Madrid (1806-1880),
hijo de una española y un ebanista alemán. Curiosamente en su tiempo fue
conocido sobre todo por su drama Los
amantes de Teruel (1937) y sus fábulas llegaron a ser más
queridas por el pueblo que por la crítica autorizada. A parte de las fuentes
tradicionales, Hartzenbusch buscó inspiración en escritores alemanes, por eso
tradujo y versificó las fábulas de Lessing, aunque también se sirvió del folklore hispano. Compuso sus apólogos a lo largo de toda su vida y publicó sus fábulas en edición definitiva de 1888.
Los apólogos de Hartzenbusch no enseñan como la
mayoría de las fábulas clásicas la astucia del listo ni las argucias de la zorra desde una moral
pragmática o una “ética parda”, por eso la raposa no es su animal predilecto y el
queso que arrebató al cuervo mediante halagos le resulta al mamífero letal porque estaba
envenenado. Así que, con la intención de robar al pajarraco negro y presumido, lo que consigue
el zorro es salvarle la vida. La bondad y el sentido del deber reemplazan en
estas fábulas al poder de la astucia.
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El "caracol" de un pozo ciego, que Antonio Biedma restauró. |
Mi padre fue siempre un comerciante honesto para el que un kilo estaba compuesto por 1000 gramos, ni uno más ni uno menos. No quería ganar con engaños ni zorrunos ardides, sino ofreciendo servicio, precio y calidad. He dicho que leyó mucho, novelillas de entretenimiento de José Mallorquí que tenían al Llanero Solitario por héroe, pero en su biblioteca podían encontrarse también obras clásicas de Cervantes, Shakespeare o Goethe en ediciones de bolsillo de la colección Austral. Allí me topé muy joven con un manual de macrobiotismo oriental que me impactó, y hasta creo que el tal manual estaba dedicado por su autor a mi padre. Desgraciadamente, este librillo se ha perdido. Recuerdo que a mi padre le encantaban las novelas de suspense del británico Frederich Forsyth, autor del best seller Chacal. Y llegó a leer todas, o casi todas, las novelas policíacas del francés Simenon y de su inspector Maigret. No faltaban tampoco en aquellos estantes los libros de Ramón Tamames, cuando todavía era miembro del partido comunista, o las justificadas quejas de Antonio Burgos (Andalucía, tercer mundo) que luego usé en mi Interpretación de Andalucía (1998).
Es muy probable que mi afición a la lectura y los
buenos ratos que paso leyendo deban mucho a esas noches que mi padre y yo
leíamos juntos, sintiéndonos acompañados, tendidos en tumbonas de jardín al raso, bajo las estrellas del cielo de verano, ¡leyendo juntos, cada uno su libro, y hasta las
tantas! Es seguro que la formación de mi carácter ha dependido mucho y se ha desbarbarizado –como diría Gracián-, gracias
a su ejemplo, a su curiosidad insaciable y a la disponibilidad de su variada
biblioteca. Gracias, Padre.
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