lunes, 31 de octubre de 2022

DOS CARACOLES

 



A Antonio Biedma Campos,
 magnífico padre, notable empresario e infatigable lector.

 Mi padre conservó hasta su fallecimiento una memoria excelente y una curiosidad exigente. Fue toda su vida un hombre de acción, un “emprendedor” -como se dice ahora-, comerciante e industrial, muy trabajador y creativo. Pero también gozaba de los dones del intelecto. Sin embargo, como no pudo ir a la universidad (la caja de mi abuelo talabartero no daba entonces para más), tuvo que hacerse autodidacta (como Heráclito) e incansable lector. Era capaz de pasar leyendo las noches de verano hasta la madrugada, sobre todo cuando podía disfrutar de las escasas vacaciones que se tomaba en verano y que hacía coincidir con las fiestas religiosas para no perder faena. ¡Lo primero era el trabajo!: el almacén de ferretería, las compras, las ventas, los clientes y proveedores… Poco antes de morir, me pidió que felicitara al escritor Jesús Maeso, que daba una conferencia en Úbeda, su ciudad natal, porque le habían gustado dos de sus novelas históricas. Mi padre había conocido al padre y al abuelo del historiador y novelista.

Y en sus últimos días en este mundo, mi padre me dio también una gran alegría, porque le gustó mi Interpretación de Andalucía. Nuestro renacimiento, que seguramente había dejado de leer cuando se publicó en su momento, a fines del siglo pasado, bien por falta de tiempo o creyéndola demasiado filosófica. Su juicio favorable a mi Interpretación era sincero. Mi padre no era dado a la lisonja empalagosa ni al halago arbitrario.

Una vez me sorprendió recitando en una sobremesa una fábula que seguramente había aprendido en la adolescencia, que es cuando Memoria, madre de las Musas, llena sus botes de conserva con la miel que no caduca nunca y sus laberintos y cavernas con fantasmas útiles. Con el tiempo descubrí que se trataba de la fábula de “Los caracoles” de Juan Eugenio Hartzenbusch, que lleva el número LIV en la edición de Clásicos Castellanos: 

Dos caracoles un día

tuvieron fuerte quimera

sobre quien mayor carrera

en menos tiempo daría.

Una rana les decía:

- Yo he llegado a sospechar

que sois ambos a la par

algo duros de mover;

antes de echar a correr,

mirad si podéis andar.

 La rana sabia recomienda a los caracoles prudencia o tal vez modestia, una virtud bastante olvidada en nuestra época de narcisistas ególatras, en el que los políticos les dicen a los escolares que "querer es poder" y que todos los talentos son iguales. El padre de mi padre, por el que me llamo José, también tenía una máxima de prudencia como principio práctico en su taller de guarnicionería y en los negocios: “Nunca saques el pie más allá de lo que da la manta”. Sin duda, para no verse caer en el álgido desamparo, es preferible progresar con orden y crecer con tiento. “Nada y guarda la ropa”, me dijo una vez mi padre a propósito del conflicto de un compañero con la administración y de la solidaridad que mostré en un artículo del Diario Jaén a favor del compañero (eso fue antes de que me dijera su director qué tenía que escribir, o sea, antes de que me despidiera).

Hay acreditados críticos como Sainz de Robles y Ricardo Navas que consideran a Hartzenbusch el primero de los fabulistas españoles por su originalidad, su maestría versificadora, la habilidad con que narra y caracteriza a sus personajes, la viveza y dramatismo de sus diálogos, el cuidado del detalle, su humorismo y colorido costumbrista y, en fin, su dominio del idioma. Hartzenbusch, a pesar de su apellido impronunciable, nació y murió en Madrid (1806-1880), hijo de una española y un ebanista alemán. Curiosamente en su tiempo fue conocido sobre todo por su drama Los amantes de Teruel (1937) y sus fábulas llegaron a ser más queridas por el pueblo que por la crítica autorizada. A parte de las fuentes tradicionales, Hartzenbusch buscó inspiración en escritores alemanes, por eso tradujo y versificó las fábulas de Lessing, aunque también se sirvió del folklore hispano. Compuso sus apólogos a lo largo de toda su vida y publicó sus fábulas en edición definitiva de 1888.

Los apólogos de Hartzenbusch no enseñan como la mayoría de las fábulas clásicas la astucia del listo ni las argucias de la zorra desde una moral pragmática o una “ética parda”, por eso la raposa no es su animal predilecto y el queso que arrebató al cuervo mediante halagos le resulta al mamífero letal porque estaba envenenado. Así que, con la intención de robar al pajarraco negro y presumido, lo que consigue el zorro es salvarle la vida. La bondad y el sentido del deber reemplazan en estas fábulas al poder de la astucia.

El "caracol" de un pozo ciego, que Antonio Biedma restauró.

Mi padre fue siempre un comerciante honesto para el que un kilo estaba compuesto por 1000 gramos, ni uno más ni uno menos. No quería ganar con engaños ni zorrunos ardides, sino ofreciendo servicio, precio y calidad. He dicho que leyó mucho, novelillas de entretenimiento de José Mallorquí que tenían al Llanero Solitario por héroe, pero en su biblioteca podían encontrarse también obras clásicas de Cervantes, Shakespeare o Goethe en ediciones de bolsillo de la colección Austral. Allí me topé muy joven con un manual de macrobiotismo oriental que me impactó, y hasta creo que el tal manual estaba dedicado por su autor a mi padre. Desgraciadamente, este librillo se ha perdido. Recuerdo que a mi padre le encantaban las novelas de suspense del británico Frederich Forsyth, autor del best seller Chacal. Y llegó a leer todas, o casi todas, las novelas policíacas del francés Simenon y de su inspector Maigret. No faltaban tampoco en aquellos estantes los libros de Ramón Tamames, cuando todavía era miembro del partido comunista, o las justificadas quejas de Antonio Burgos (Andalucía, tercer mundo) que luego usé en mi Interpretación de Andalucía (1998).

Es muy probable que mi afición a la lectura y los buenos ratos que paso leyendo deban mucho a esas noches que mi padre y yo leíamos juntos, sintiéndonos acompañados, tendidos en tumbonas de jardín al raso, bajo las estrellas del cielo de verano, ¡leyendo juntos, cada uno su libro, y hasta las tantas! Es seguro que la formación de mi carácter ha dependido mucho y se ha desbarbarizado –como diría Gracián-, gracias a su ejemplo, a su curiosidad insaciable y a la disponibilidad de su variada biblioteca. Gracias, Padre.

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